Algunas
veces, desde hace tiempo atrás y con cierta regularidad, había experimentado que
la desesperanza me derrumbara. La mayoría de esas ocasiones fue después de
haber visto una película o una serie que me enfermó la imaginación y me hizo
perder la fe en la humanidad -por lo menos temporalmente-. Casi todas esas
historias fueron bizarras o con implicaciones psicológicas intensas, pues raramente
me enferma lo que es simplemente grotesco visual. La última vez que me sucedió
fue después de ver el especial navideño de Black Mirror, sobre todo durante la
parte final, cuando un detective le pregunta a su compañera si dejaba correr el
tiempo del condenado a la soledad a razón de mil años por minuto. Por supuesto,
la impresión enfermó mi imaginación porque la soledad me resulta extremadamente
abrumadora cuando no es solamente un descanso. Ahora bien, la soledad cuando
estás jodido mentalmente es insostenible, es un martirio, y una tortura en el
caso de esta historia.
Luego
pensé, en casi todos los capítulos de esa serie se plantean futuros distópicos
donde los criminales son castigados más que severamente, de una forma que raya
en lo inhumano. En ese episodio, por ejemplo, condenan a un hombre que asesinó
a su exsuegro y dejó desamparada con ello a la nieta del mismo, quien apenas
era una niña, que terminó finalmente muriendo cuando intentó salir a buscar ayuda
en medio de un ambiente hostil. Pero castigar al hombre (bueno, ni siquiera era
hombre, era la consciencia del hombre que desconocía su naturaleza inmaterial) a
mil años por minuto durante todo el día de navidad, ¿realmente hay una acción
que merezca semejante castigo? ¿Qué pasó con la idea del perdón? Y bueno, si
para esos momentos el perdón es obsoleto, qué decir de la redención…
La
historia es ciencia ficción, no habría porqué alarmarse de algo que no es real,
sin embargo, las personas conciben esas ideas; lo que en el arte se denomina
como ficción, es una realidad en la mente humana, en algún lugar recóndito
donde nos damos el lujo de entregarnos por entero a la perversión. Yo he
concebido historias macabras, he asesinado a mis personajes en los cuentos, he
fantaseado con la realidad de mil maneras también, pero creo que jamás a ese
grado. Y estoy muy lejos de ser moralista, el único punto al que quiero llegar con
esta crítica es: que me impresiona bastante la cantidad de ideas que puede
tener una persona en su cabeza, y cómo muchas de ellas me provocan terror, el
peor de los terrores, no el miedo que experimentas al ver una película tonta
donde la casa está embrujada o esos argumentos tan utilizados, es un terror
real, psicológico, el que surge de pensar qué tendrá esa otra persona en la
cabeza para crear esas historias desesperanzadoras. ¿O la intención es
precisamente describir el futuro al que se pretende no llegar? ¡Pero parecen
disfrutarlo tanto los personajes! Me es inevitable pensar que mientras alguien
escribe eso no lo esté disfrutando desde cada uno de sus personajes. Yo disfruto
los míos, pero jamás han sido tan crueles.
A
veces no necesito historias tan complejas para perder la fe en la humanidad, a
veces una historia de amor fallido me quiebra, otras veces puede ser una
historia donde los personajes sean unos autómatas biológicos, y muchas más. No
es mi intención describir cada cosa que me enferma, a lo que quiero llegar es
que hay momentos, como este que estoy viviendo, en el que ya no puedo con el peso
de todos mis procesos mentales y simplemente me desconecto. Ya no importa, nada
importa, qué más da. Supongo que ya no puedo aguantar un gramo más de
negatividad y, al final, estoy respirando, estoy sentada, no tengo hambre, no
tengo calor, nada me duele… ¿por qué no estar aquí, ahora, solo por estar? Qué
importa la motivación, los juicios, el futuro, el pasado, lo que creo ser, lo
que me dicen que soy, lo que me dolía ayer, lo que pienso sobre las cosas, qué
más da si puedo solo respirar…
No
conozco nada, no sé nada, no trabajo, no amo a nadie, ni siquiera estoy
enamorada, tampoco odio a alguien, no tengo pasiones irrefrenables. Vivo de la
manera más cómoda que puedo, sin esforzarme mucho, con objetivos a muy, muy
largo plazo. Creo que lo más sensato que puedo hacer, siendo una persona tan
sensible y reflexiva -características que colisionan infinidad de veces- es no
tomarme nada tan a pecho. Necesito dejar de creer que puedo controlar cada
aspecto de mi vida, porque entre más pasa el tiempo más oportunidad tengo de
comprobar que no es así. Y resulta peor cuando intentas controlar algo de la
realidad social -la cual, por cierto, también puede enfermar nuestra
imaginación más frecuente y profundamente-, o cualquier cosa que sea externa a
nuestra persona, por lo mismo… ¿para qué agobiarse? No soy pusilánime, cada
palabra aquí descrita la he pensado bastante, y lo más probable es que algún
día cambie de parecer, nada es estático, afortunadamente nuestro pensamiento
está en constante evolución, la que tiende a ser positiva.
Y,
para terminar, realmente solo escribí esto para calmarme en una noche donde no
puedo dormir, no puedo estudiar, tengo pensamientos tristes, pero nada que no pueda
olvidar. Lo único que me parece razonable ahora es creer que ninguna de todas
esas cosas que mencioné anteriormente tiene porque hacerme sentir mal, triste o
asqueada. Este es solo un momento, y otro, y ahora otro.