domingo, 28 de junio de 2015

Gregorio:

Te llevaste lo que más quería, es la única razón por la que te tengo en consideración en mi estúpida y banal vida. Quisiera que sepas que me lo arrebataste de la peor manera, quizá en el peor momento... pero te lo perdono. Te perdono incluso tu existencia, tu insipidez, todo en absoluto... Espero que aproveches tu oportunidad, que seas feliz de la manera tan sublime en que yo lo fui, porque es lo mejor que me ha pasado en la vida y probablemente lo mejor que pase en la tuya si lo sabes apreciar.

Amo a esa mujer Gregorio, más de lo que puedes querer a tus padres o tu vida misma, por eso quiero que la hagas feliz, aunque en el fondo de mi romántico corazón lo dudo, así que al menos te pediré que la hagas feliz por el segundo de vida que ella quiera prestarte, ¡porque es única! Porque involucra todo de mí, porque quisiera que dejara de existir todo lo que Realmente existe, menos ella, esa hermosa mujer sensible que perdí y tú te llevaste.

La extraño cada momento en que tú estás con ella, incluso cuando no estás, pero está pensando en ti en vez de mí. Te debo perdonar, es el destino, y a ella no tengo qué perdonarle porque la amo como mi propia Diosa Coronada, como Charles a Madame Bovary, como sólo Francisca puede amar a... a ella. Sin embargo, en caso que no pudieras, te lo ruego, déjala seguir, deja que su corazón aventurero siga el camino que su cabeza a trazado para sí misma, aunque jamás intersecte con el mío, pues en el mejor de los casos somos compañeros del mismo embrujo y el mismo dolor.

Nada más. sólo me importa ella.

viernes, 19 de junio de 2015

Soy un cactus


Soy tu cactus
Dime que un día pierdes la cabeza por mí,
como yo todos los días pensando en ti,
como luego de soñarte amándome,
como luego que tengo que consolarme.
Porque llevas contigo cada gramo de mi amor,
y yo cargo por ti tanto dolor,
cargo rabia y celos infinitos,
cargo un BigBang en mi interior.
Ya no te tengo un altar, te miro crudamente,
sé que te quiero y sé que es un campo estéril,
que soy como el cactus que te regalé
que me puedes echar agua quizá, alguna vez...
Sin embargo, si no lo haces no me muero,
ni se muere lo que siento, ni transmuta,
todas las palabras del mundo son mentiras,
jamás algo te dirá lo que mi frecuencia cardíaca,
o lo que mis niveles de serotonina,
o lo que mis desvelos y llantos,
o lo que me grita "¿Por qué te quiero tanto?".
Soy tu cactus, así de simple en apariencia,
Soy tu cactus desértico, sin amor...
Soy tu cactus, pero muy tuyo sin condición.

lunes, 8 de junio de 2015

Anécdota estúpida y desconcertante #1

Nasty

Cierta ocasión se corrió el chisme más increíble entre mis compañeras internas. Había que verlo, algo sensacional, jamás antes visto, nunca pensado, jamás olfateado, jamás fuera de sitio -salvo en aquélla ocasión -.

“Vamos a la lavandería”, decían corriendo unas tras de otras gritando burlonamente, engrandeciendo aún más el misterio. Y así llegamos las primeras del grupo para admirarlo en todo su esplendor: Un mojón fresco, café y de tamaño mediano (algunos 7cm) junto a la lavadora.

Jamás podrá describirse el impacto que tuvo sobre las otras niñas, nadie se atrevió a culpar a nadie, pero todas peleaban por ser la primera en informarle a la monja. Al final del día nadie supo quién lo hizo, pero fue justo antes de que comenzara la misa. Jamás subestimes las artimañas de una mujer de Dios.

La mecánica para conocer la culpable fue una de esas, la “madre Hilda” –como la llamábamos- nos dio a todas las internas un palillo de dientes antes de entrar a la misa, jurando que Jesús haría más pequeño el palillo de la culpable, descubriéndola ante todas al final de la eucaristía. Y así sucedió, pues la niña que no se pudo aguantar le trozó un pedazo a su palillo en su grandiosa ingenuidad. Para nadie fue una sorpresa puesto que su hermana también tenía un historial “nasty”, que dará ocasión para otra de mis historias estúpidas y desconcertantes.

Anécdota estúpida y desconcertante #2

Son of a bitch 

Ese día nos llevaban al Jungle Jim, una bola de jóvenes estudiantes, o quizá sólo jóvenes entusiastas que hacían caridad por las supuestas huérfanas. Cada uno de ellos se encargaba de divertir a una de ellas, supongo que se habían organizado antes del evento, era bueno que se repartieran la responsabilidad pues había juegos a los que costaba entrar, y en tal caso, el joven tendría que pagar de su bolsillo para que su niña tuviera acceso.

Yo no fui una de las afortunadas que les pagaron, pero poco me importaba, yo comía mocos. El grupo con el que me juntaba solían atribuirme virtudes que no me correspondían, entre ellas el saber otro idioma: francés. Por supuesto que corregí a mi compañero encargado, aunque fuera innecesario, después de todo, ¿cómo una niña aparentemente huérfana sabría francés? Así que se decidió a hacer una obra de caridad, la más sutil, la más pura, la que le salió del alma… Me enseñaría una frase en francés, la frase “Hola, ¿cómo estás?” que correspondía a “son of a bitch”, me hizo repetirla tantas veces hasta que la aprendiera. Desde entonces valoro la trolleada más épica de la historia. Fin.

Anécdota estúpida y desconcertante #3

El libro
Por Santiago Reyes

Nada novedoso se podía esperar de una tarde calurosa en Monterrey. El camión por fin llegó a donde esperábamos y nos apuramos a tocar el timbre, ahí estábamos, frente a la tienda de libros usados que se promocionaba más por carteles de copias a bajo precio. Entramos en busca de ofertas y estaba con toda su majestuosidad una mesa atiborrada de libros. Un cartel maltrecho nos decía que cada ejemplar valía sólo 5 pesos. 

Mientras buscábamos, un viejo malhumorado hacía girones las pilas de libros y al fin lo obtuvo… un libro doblado y goteante, lo levantó hacia el vendedor «¿De verdad usted cree que este libro vale 5 pesos? Por favor, tome este peso y vea usted que soy considerado». Y lanzó despreocupadamente la moneda a la cara del vendedor.

Anécdota estúpida y desconcertante #4

El pavorreal                                 
Por Santiago Reyes

El apetito casi ya no se abre para el limitado catálogo de la cafetería, por eso es que era receso y no nos conmovía ni un poco. Era tanto mi desagrado que sólo mi amigo compró una pizza desabrida, abrió el paquete rápidamente y rasgó un pedazo. Hasta este punto no advertíamos que nos rondaba peligro alguno, así que continuamos conversando sobre la levedad del Ser y otros temas filosóficos, entre ellos discutimos a gritos acerca de lo oligarcas que eran los tres sabios de Grecia; sobre cómo Santo Tomás de Aquino y George Berkeley se sacaban de la manga la carta de Dios para cada fisura en su sistema de pensamiento; sobre si realmente vale la pena zambullirse en las mujeres bajo riesgo de contraer sífilis como Nietzsche; y que nada bueno se podía esperar de alguien que tiene un ojo en el Ser y uno en el Universo como Satré. 

Entonces las discrepancias nos abordaron, lo que causó que me empujara con su hombro, alejando de sí lo que le restaba de pizza. Y sucedió. Un aletazo resonó y el majestuoso pavorreal voló cual águila un metro, arrebatándole la pizza de un picotazo y se fue sin voltear atrás, contoneándose por su gran logro.