jueves, 27 de agosto de 2015

El último camino

Una belleza en miniatura me convirtió en el ser humano más irracional del planeta. La conocí esa noche, en el evento más importante del año para el laboratorio donde trabajaba desde que me gradué. Odiaba los eventos sociales, las premiaciones tampoco estaban exentas de mi desprecio, supongo que todo se originaba del aislamiento en que me encontré toda la vida, mi ensimismamiento en el estudio, mi apatía y desinterés por todo cuanto no fuera a revelarme algún misterio de la Realidad.

Sin embargo, aquella vez me decidí a asistir sin saber porqué, probablemente sólo quería distraerme. Extrañamente en esa ocasión no me disgustó tanto mi atavío formal, de gente cuadrada y pretenciosa, quizá porque en verdad lucía bien. Los primeros minutos estuve rondando el extraño complejo donde se celebraba la reunión, era un salón grandísimo y muy convencional, además de una amplia terraza donde el viento hacía acto de presencia más de lo que hubiesen querido los organizadores. Arquitectónicamente hablando era un lugar muy novedoso, tanto así que rayaba en lo futurista.

Me comenzaba a agradar el haber asistido. Supongo que parte de la magia había que agradecérsela al excelente alcohol que degusté desde que llegué. Me sentía realmente en un éxtasis pasivo. No tenía pensado abandonar la terraza por ningún motivo, lo cual no representaba problema porque le saqué la vuelta a todo el que pudiera entablar conversación conmigo, eso jamás fue difícil, pues todos mis compañeros de trabajo conocían mi temperamento y estaban lejos de desear una relación distinta a la laboral, sin dejar de lado la cortesía, por supuesto.

Continuaba habitando el mundo de mis abstracciones,  me seguí paseando, sonriéndole a la recua de mortales con quien me cruzaba. Podría haber asegurado entonces que le sonreí a todos los presentes, hasta que mis ojos tuvieron la dicha de posarse sobre ella... ¡No debía encontrarse ahí! Era una total incongruencia. No... sólo fue impredecible. Ella estaba sentada cerca del ala izquierda de la terraza junto a  quienes parecían ser su madre y su hermana.

¿Alguien puede describir su cara de imbécil cuando es atraído de tal forma? Siempre he pensado que no, y sin embargo la siento tomando el control de cada uno de mis músculos faciales. Apenas me lanzó una mirada refleja y se desentendió de la existencia del ser humano para el que en ese momento sólo existía ella, el miedo, la sorpresa y el absurdo.

¡Sí, lector, jamás me había sucedido semejante cosa en mis casi tres décadas de existencia! Pero debía ser así, sólo un momento, un cataclismo. Después de algún tiempo me di cuenta que ese día compré el boleto de mi destino, aunque no me adelantaré...

He confesado previamente mi pecado, por lo que quizá de ahora en adelante lo intente difuminar sin contaminar este relato con mentira alguna. Era la mujer más seductora que había visto, mujeres hermosas por doquier se encuentran, pero lo que yo descubrí ese día era la pieza que embonaba a la perfección con el rompecabezas interno de mi deseo. Su atractivo no pasaba inadvertido a primera vista, sin embargo, a la segunda visión el superyó tiranizaba la consciencia alejando al mundo entero —idealmente— menos a mí. Habrá medido entonces alrededor de 1.55 m, tenía complexión entre delgada y media, cabello negro muy largo y peinado sin tanto esmero, aunque perfectamente acomodado, su tez algo clara hacía que resaltara la belleza de sus ojos, la cual residía mas que en el color en su forma.

¿Puede enamorarse alguien de un ser cuya sonrisa no lo deslumbre? Bueno, si se puede no es mi caso, porque mi sonrisa se sincronizó desde el primer momento a la suya. Me acerqué a ellas disimuladamente y así me enteré de quiénes eran, la familia de "perfecto diseño" como se comentaba en el trabajo. Por supuesto, era por ello que se apreciaba a leguas el extraordinario parecido físico de las tres, ¿pero cómo pudiera explicarse entonces el encanto único de mi perdición?

La miré como para arrancarle el secreto de tajo y me ofusqué al encontrarla observándome con curiosidad pueril, ¡cómo no me alejé entonces! Las otras dos habían desaparecido, no tenían de qué preocuparse, era el lugar más seguro del planeta porque albergaba —para tranquilidad de casi todos los cuadrados— a las personas más respetables y de intelecto más que loable.

La razón me latigueaba como auriga a sus corceles, pero esa otra cosa indescriptible me ataba a su mirada e infundía una seguridad desconocida hasta entonces para mí. Creo que me conocía, a juzgar por su mirada inquisitiva y algo aduladora. No era extraño, había contribuido grandemente en varias investigaciones que mi nombre resaltaba entre los otros, sin que por ello ganara algo de afecto extra.

Le sonreí y sus ojos se iluminaron, el corazón quería salírseme del pecho, no había vuelta atrás, me acerqué.

—Tú debes ser Andrea, ¿o Elisa? —comencé interrogándole para ganarme su confianza.

—Andrea, mucho gusto, usted debe ser (...)

—Así es, ¿has escuchado cosas buenas sobre mí? —pregunté observando que se sonrojaba y me regalaba la sonrisa nerviosa más halagadora, más aún que todos mis logros.

—No te preocupes —continué diciendo mientras me reía discreta y encantadoramente— ¿no quieres caminar conmigo un momento?

—Me encantaría, pero le he dicho a mamá que no me movería de aquí en lo que volvía. Podríamos esperarla...

—Descuida, será en otra ocasión —interrumpí—. Salúdala de mi parte, fue un gusto conocerte.

Estaba a punto de retirarme cuando me detuvo del brazo abruptamente.

—Espere, no creo que se moleste si nos mantenernos cerca, menos aún si estoy con usted.

Y así caminamos por un lapso de veinte minutos, ¿cómo puedo yo describir todo lo que sucedió? Su sonrisa es inefable, mis emociones son inenarrables, no era yo quien se paseaba junto a ella, mirándola de soslayo casi todo el tiempo para alternar solamente cuando había que mirarla a los ojos y mi alma abandonaba el cuerpo, convirtiéndome en el ser humano más vil de la Tierra. Era una versión mía que jamás había aparecido hasta entonces, un alter ego simiesco.

No habíamos visto a su familia porque la terraza era inmensa, llegamos hasta una sección de jardín donde las lámparas iluminaban con una luz tenue, pero cubriendo cada resquicio de oscuridad.

Después de estar un minuto en silencio destrocé el momento diciéndole que era hermosa. Yo esperaba que me pidiera que regresáramos, que se ofendiera, que me hablara de mi inapropiada conducta, sin embargo, lo que observé en su mirada era lo que había leído por años en los clásicos, esa clase de amor que pierde a las personas de la manera más desastrosa, viniendo irónicamente del sentimiento más sublime.

Podría haberla besado, podría haberle endulzado el oído con los sonetos de Garcilaso. Otra fue mi conducta, como otra cosa soy yo, todo menos un homo sapiens. Me acerqué a ella y percibí su respiración acelerada, cerró un momento los ojos y posé mis manos sobre su cuello para terminar estrangulándola. Fue muy rápido, y yo también cerré mis ojos al hacerlo, quería quedarme de ella su sonrisa, quería quedármela a ella, pero nadie lo permitiría. Así que la pasión tiene que morir, de lo contrario ella te mata, y creo realmente que la humanidad aún no puede prescindir de mí.

No sé si alguna vez me atrapen, no sé si hay un sólo testigo que imponga más que mi persona, lo que sé es que se me presentó una situación y la tuve que arreglar.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Un súperman

Todos esperan de mí un Clark Kent

Uno preocupado por la humanidad.

Uno que se encargue de sustentar a Martha Kent y sacar adelante la granja.

Uno que saque la casta y se ponga el uniforme, para que afronte de tal manera los crímenes en Metrópolis.

Uno que ame exclusiva y devotamente a su Lois Lane.

Uno que sea honesto, servicial, responsable, humilde (humildad poseyendo súper poderes, qué sencillo ha de resultar no tener la necesidad de resaltar más de lo ya de por sí evidente), generoso, ecuánime y un enorme etcétera de adjetivos positivos.

Pero yo sólo soy un mortal deficiente, uno con su propia historia linda y desastrosa, una vida que no resalta en nada, que no beneficia a nadie en particular y que jamás fue pedida. Y aún así todos quieren que sea un súperman. Bitch please.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Sustrayendo lo esencial

Por Santiago Reyes

El timbre sonó una sola vez, lo que no causó preocupación, y así, casi de inmediato, el recién desposado abrió la puerta sin mirar a quién. Era la muerte, camuflada a la época, con guantes para ocultar su verdadera forma y un puro de excusa para que su rostro cubierto de humo tuviera motivo.

–Buenos días joven –dijo seca y cortadamente.

–Buenos días –contestó con rapidez el joven. 

Y entonces la muerte no reparó en ser suave, le dijo que venía por su esposa. Al verlo destrozado, la muerte le preguntó si estaba dispuesto a pagar el precio para aplazar la muerte de su amada, a lo cual el joven aceptó pagar con cualquier cosa. La muerte reclamó su alma, era lo único que ansiaba, el muchacho lloró otro tanto más y luego le otorgó el sí definitivo. 

En seguida, la muerte hizo un ademán a la sombre de aquél hombre, ésta se asustó y se reusó a separarse, pero al final caminó despegándose de los pies de su exdueño y adhiriéndose en la muerte, quien agradeció el trueque y se despidió sin más. 

Así transcurrió un año hermoso y feliz, la pareja se amaba más que nunca, y el hombre, a falta de alma, tenía mayores capacidades en las cosas fuera de la aprobación de Dios como la suerte o las mujeres. Lo primero –si así lo quisiese– lo hubiera mantenido, pero lo segundo era un dolor de cabeza. 

Al siguiente año volvió a su puerta. La muerte no sabía qué era tener un alma, y el año anterior había sido la mejor de todas las épocas, por lo que quería más. Ésta vez no regresó a cumplir su trabajo, sino para chantajear al joven con la misma excusa, aprovechándose de su ignorancia, del tal manera que el joven accedió otra vez, sin embargo, en esta ocasión dio su animalidad, despojándose de tal forma de los instintos e impulsos básicos, pero resaltando su poder de raciocinio increíblemente. Ese año también lo pasó feliz y enamorado de su amada. 

Transcurrido el año, volvió la muerte a exigir el raciocinio de hombre, haciéndolo ahora un ente muy básico, apenas vivo, autómata, pero lleno de amor porque aún tenía su corazón, y vaya si era grande y bueno. Ese año fue duro para su amada, aunque no menos feliz a su manera. 

En su siguiente visita, sin preguntar ni plantear ninguna situación, la muerte le arrebató el corazón al joven, pues ahora ella se sentía incompleta. Y en el momento en que aquél corazón penetró el casi vivo y casi humano cuerpo de la muerte sucedió algo increíble. Era tanto su amor que una vez adentro sintió cada cosa que sentía aquél humano, y se dejó seducir por aquellas… El corazón, el raciocinio, la animalidad y el alma de un hombre sobre la muerte vencieron, ya no era más muerte ni menos él mismo. Dotado de una reencarnación entró en su casa, escondió su antiguo cuerpo –el actual era igual– y siguió el transcurso de su amor otra y otra vez.