Por Santiago Reyes
El timbre sonó una sola vez, lo que no causó preocupación, y así, casi de inmediato, el recién desposado abrió la puerta sin mirar a quién. Era la muerte, camuflada a la época, con guantes para ocultar su verdadera forma y un puro de excusa para que su rostro cubierto de humo tuviera motivo.
–Buenos días joven –dijo seca y cortadamente.
–Buenos días –contestó con rapidez el joven.
Y entonces la muerte no reparó en ser suave, le dijo que venía por su esposa. Al verlo destrozado, la muerte le preguntó si estaba dispuesto a pagar el precio para aplazar la muerte de su amada, a lo cual el joven aceptó pagar con cualquier cosa. La muerte reclamó su alma, era lo único que ansiaba, el muchacho lloró otro tanto más y luego le otorgó el sí definitivo.
En seguida, la muerte hizo un ademán a la sombre de aquél hombre, ésta se asustó y se reusó a separarse, pero al final caminó despegándose de los pies de su exdueño y adhiriéndose en la muerte, quien agradeció el trueque y se despidió sin más.
Así transcurrió un año hermoso y feliz, la pareja se amaba más que nunca, y el hombre, a falta de alma, tenía mayores capacidades en las cosas fuera de la aprobación de Dios como la suerte o las mujeres. Lo primero –si así lo quisiese– lo hubiera mantenido, pero lo segundo era un dolor de cabeza.
Al siguiente año volvió a su puerta. La muerte no sabía qué era tener un alma, y el año anterior había sido la mejor de todas las épocas, por lo que quería más. Ésta vez no regresó a cumplir su trabajo, sino para chantajear al joven con la misma excusa, aprovechándose de su ignorancia, del tal manera que el joven accedió otra vez, sin embargo, en esta ocasión dio su animalidad, despojándose de tal forma de los instintos e impulsos básicos, pero resaltando su poder de raciocinio increíblemente. Ese año también lo pasó feliz y enamorado de su amada.
Transcurrido el año, volvió la muerte a exigir el raciocinio de hombre, haciéndolo ahora un ente muy básico, apenas vivo, autómata, pero lleno de amor porque aún tenía su corazón, y vaya si era grande y bueno. Ese año fue duro para su amada, aunque no menos feliz a su manera.
En su siguiente visita, sin preguntar ni plantear ninguna situación, la muerte le arrebató el corazón al joven, pues ahora ella se sentía incompleta. Y en el momento en que aquél corazón penetró el casi vivo y casi humano cuerpo de la muerte sucedió algo increíble. Era tanto su amor que una vez adentro sintió cada cosa que sentía aquél humano, y se dejó seducir por aquellas… El corazón, el raciocinio, la animalidad y el alma de un hombre sobre la muerte vencieron, ya no era más muerte ni menos él mismo. Dotado de una reencarnación entró en su casa, escondió su antiguo cuerpo –el actual era igual– y siguió el transcurso de su amor otra y otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario