lunes, 8 de agosto de 2016

"El joven rey" de Oscar Wilde

Hay dos cuestiones de suma importancia que nos hace pensar este cuento. Y no hablo de lo magníficamente bien que escribe Oscar Wilde, pues eso está ampliamente establecido y queda más allá de mi humilde análisis.

El joven rey es un hombre a quien, después de haber vivido prácticamente en la miseria, lo hacen rey, y lo disfruta desde el primer instante, porque amaba la belleza y la opulencia. Era un hedonista como el mismísimo Oscar Wilde, lo podemos visualizar desde el momento en que se deslumbra al llegar al castillo donde residiría -luego de haber sido un humilde pastor-, hasta cómo disfrutaba vestir prendas preciosas y joyas exóticas. Y son esos lujos de los que haría gala el día de su coronación, sin embargo, antes de que eso sucediera tiene tres sueños que lo marcan. En ellos ve cuánto dolor, muerte y sufrimiento cuestan los lujos que tanto valora. A grandes rasgos, en el primer escenario el joven rey ve a la recua de tejedores que confeccionan su traje con bordado de oro, a niños pálidos y mujeres demacradas en condiciones laborales deplorables; el segundo sueño se desarrolla en una enorme galera en la que remaban cien esclavos, el más joven de los cuales tiene que sumergirse a grandes profundidades para obtener las perlas que adornarían su traje y su cetro, hasta que termina muerto por ello; y el tercer escenario es más creativo, en él se disputan la Muerte y la Avaricia a unos hombres que trabajaban al borde un río consiguiendo los rubíes para la corona del Rey, al final la Muerte gana llevándoselos consigo.

Ahora bien, la historia es sumamente entretenida, pero las dos cuestiones importantes resaltan al final: (1) ¿se puede ser rico sin explotar necesariamente a nuestros hermanos pobres? (¿Se puede ser el rico Caín mientras Abel es pobre?); (2) ¿se puede vivir sin cargar o considerar el dolor y la miseria de nuestros hermanos humanos?

La primera cuestión está más allá de la política y cualquier organización social, no se trata de defender el comunismo, desvirtuar el capitalismo, o reflexionar sobre si necesariamente las clases sociales tienen que estar estratificadas. Es una cuestión de ética y humanidad. Algún sujeto listo comentó alguna vez en una clase de psicología humanista, que cierto multimillonario tenía un nivel de consciencia infantil porque ¿cómo se podía ser asquerosamente rico mientras en tu país la gente se moría de hambre? De esto surgirían muchos argumentos a favor y en contra, pero esa no es la intención, ahora solo es necesario apreciar el punto de partida de una reflexión que probablemente no tiene salida, por el momento.

La segunda pregunta es la que más me gusta, porque es algo que podemos aterrizar de mejor manera y quizá hasta solucionar el dilema. Casi al final, cuando el joven rey llega a la catedral donde habría de ser coronado, el obispo lo reconoce y le pregunta porqué viste como un mendigo cuando él debiera verse tan imponente como un rey, y después de que el joven rey le cuenta sus sueños, el hombre de dios le responde con un pequeño discurso que culmina de esta manera:
“Y en cuanto a tus sueños, no piensas más en ellos. El peso de este mundo es demasiado grande para que pueda soportarlo un hombre, y el dolor del mundo es demasiado para que pueda sufrirlo un corazón.”

De esta manera, el obispo le recomendaba no preocuparse de la desgracia del mundo entero, sino cumplir su rol en la vida, porque nadie está diseñado para vivir cargando el peso de los otros. A lo que el joven rey le contesta “¿Y dices esto en esta casa?”, refiriéndose a que cómo podía deslindarse del dolor del prójimo en la casa de Dios y tomárselo todo tan a la ligera, o siendo tan pragmático. El cuento termina hermoso, los andrajos del rey se convierten en un atuendo natural y bello, y el obispo termina reconociendo que lo ha coronado alguien mucho mayor que él, razón por la cual nadie se atreve a verle el rostro, pues el rey tenía el rostro de un ángel.

Retomando la segunda cuestión, ¿puede un hombre soportar el dolor del mundo? Y la respuesta es más que obvia: no. Las razones sobran, si viviéramos pensando en la situación tan difícil que pasan algunas personas no podríamos ni dormir. A veces incluso no podemos soportar siquiera el dolor de un amigo, o de nuestros familiares, ¿qué nos hace pensar que podríamos con todas las atrocidades que padece la humanidad? Eso no significa, por supuesto, que habrá que ignorar las cosas como pretendía el obispo, pero la respuesta a ello dependerá de cada quien. Lo que sí considero esencial es no cargar el dolor de nadie más, ni siquiera de una persona, porque por alguna razón que desconozco o que conozco, pero cuyas implicaciones no me son reveladas, el ser humano no puede vivir con el corazón sobrecargado de emociones negativas, ni siquiera las que son producto de nuestras vidas, mucho menos acumularle más.


La obra de Oscar Wilde está repleta de reflexiones del tipo, es una razón por la que la recomiendo ampliamente, y como dije anteriormente, hablar de la majestuosidad de su narración es aventurarme a algo difícil. Pero la reflexión está ahí, al alcance de todos, y el amor a lo bello, y una elocuencia como no se ha visto dos veces en el mundo. 

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