Me gustaría dejar de impacientar por tu culpa.
Sería bueno, supongo, volver del ensueño al que me llevas a fuerza de tu sutil
encanto.
Pensándolo bien, es poco sutil, es extremo y exagerado pues desborda
mis emociones.
Y me hace odiarte y luego odiarme.
Te odio con tanta intensidad por no tener siquiera el gusto
de quejarme a mis anchas.
Podría detenerte un día planeando acusarte, reclamarte, obligarte
a que me des un segundo…
Segundo en el cual te diré que ¡qué lindo día, el clima es
agradable, este libro está bueno…!
Y me seguiré odiando, más a mí.
Te irás radiante, llevándote el triunfo de conquistar el
corazón más rejego que conozco.
Pero omites eso, lo sabes y le hace bien al tuyo -¡a tu
corazón!- aunque lo niegues por prudencia.
Se pone de revés el planeta y ahora te odio a ti tan
intensamente como te quiero.
Ódiame tantantito me dijiste alguna vez, te seguí fiel.
Entonces me canso y mando todo a la mierda por el bien del
Universo y la paz mundial.
Existo, respiro, veo Bob Esponja y me rio como idiota por
horas, la vida es buena.
Luego tomo uno de tantos libros y veo tu sombra en todas las
líneas y/o versos. Muero.
Fue sólo un instante, la vida aún es buena, es decir, soy
genial y esas cosas…
Camino por ahí sonriéndole a lo bizarro.
No hay un día distinto a otro en realidad, no existen los
días en realidad, no existe el tiempo.
No sé qué ha pasado.
No sé cuándo me reseteé.
Sólo me doy cuenta hasta que te veo otra vez.
Y otra vez.
Y otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario