lunes, 30 de noviembre de 2015

El segundo

Ella es un gran apoyo moral; es mi motivación para cualquier nimiedad o gran empresa; y más que eso, es el placer más exquisito que la vida me permite.

Tiene mi sonrisa pendiendo de su influjo. Todas sus actitudes y estados de ánimo son de mi absoluta incumbencia desde hace algún tiempo. He llegado a verlo como un regalo, porque después de creer que el lugar que aloja mis sentimientos era un campo estéril, comencé a apreciar esa conglomeración de belleza (Ella) que merece y es responsable de lo más hermoso que puedo sentir recientemente.

Lo mágico es indiscutible porque no puede ser comprendido. Así la conocí. Un día en el que olvidé todos los placeres hasta entonces experimentados, las emociones anteriores, ¡y la mismísima idea del futuro se desvaneció! Me convertí en el espectador más afortunado, que presenció la fuente de belleza que se siempre imaginaba cuando leía obras de Oscar Wilde. Y todo cobró sentido, los anhelos tomaron forma, se materializaron.

De pronto todo parece nuevo e inconexo. Ella es la constante que rige mis operaciones de vida. Su persona es expendedora de felicidad, pero no exclusivamente para mí, pues donde quiera que lleva esa sonrisa alegra el ambiente. Y eso, francamente, enloquece. Produce un choque catastrófico donde se mezclan pensamientos, sentimientos y anhelos, para que segundos después no quede nada… nada que me dé una idea de qué sucede.


Alterno entre el encanto y la impaciencia, y es ésta última la responsable de la combinación precisa de estas palabras durante una noche donde lo que más deseo en el mundo es tenerla cerca. O escuchar por lo menos esas preguntas desquiciantes, esas hipótesis sugerentes, y momentos de sinceridad donde se acaba el tiempo. Entonces ella dice “no quiero que sea mañana”, y yo concluyo “no quiero que sea ni siquiera el segundo siguiente”, porque justo ahí, justo en ese espacio-tiempo-circunstancia soy más que feliz. 

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