Nunca te esperas una noche febril donde la impaciencia se hace dueña de ti. Todo te lo roba, no existe mañana e incluso el ahora lo quieres evitar a toda costa, consumirte en una llama, disolverte al borde de un vaso de cristal como dice la más grandiosa canción de Los Bunkers.
Ya es costumbre eso de sentir extrasístoles ventriculares y de escuchar tu corazón desenfrenado golpeándote la oreja... Piensas que quizá dormir te proporcionará alivio, quizá así fue alguna vez, hasta que también tus sueños te traicionaron y ahora te encuentras en un circulo vicioso de noches plagadas de pesadillas de lo más absurdo que pudiera suceder. Ya has decidido inducírtelas de tal forma que al menos tengan un sentido o transcurran en escenarios espectaculares con personajes dignos de ciencia ficción, naves espaciales, las estrellas y las galaxias dotadas del esplendor onírico que sobrepasa cualquier visión real de las mismas, al menos hasta hoy.
La noche ya no es un escudo, ya no te acoge en tu soledad y te consuela con la aparente pasividad de los otros individuos, esos que te obligan a despertar porque han fijado un horario racionalmente alienador. Y tienes que luchar contra tu poderosa conformación física y bioquímica, la maravilla de existir trae consigo su proporción de desdicha, pero seguirás escribiendo hasta que sientas que es mínimo el resquicio de quejas que alberga tu sistema nervioso central o la compleja y específica parte que procesa tu corriente de ideas.
Finalmente tratarán de seducirte las posibilidades de un mañana eterno, y siendo más específicos, la posibilidad de vivir otras mil vidas con el simple hecho de recurrir a una novela, un cuento, la poesía o cualquier cosa digna de leerse. Y ya te cansaste, y ya compraste de nuevo la idea de que nada tiene sentido, pero no importa más, porque jamás detendrás el curso de este circo.
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