A veces sólo sientes el aglomerado de emociones y quieres ponerles nombre. Quieres identificarlas, pero sobre todo, quieres que alguien ponga las palabras exactas en tu cabeza para decir: "¡es eso! Eso es exactamente lo que siento". Como en los sonetos de Sor Juana, los poemas de Neruda o las descripciones detalladas del amor contrariado de Florentino Ariza.
Buscas en cada línea de las elocuentes y hermosas obras de Oscar Wilde algo que se parece a lo que te consume el corazón como una llama... Aunque sea una combinación de palabras un tanto desconsoladora como que eres la perdición de mi vida, o que vi tu vanidad como la flor que te adorna, qué se yo.
Ansías encontrar en la obra de Benedetti algo que te hable de ella, que te explique lo que jamás podrás ver en primera fila, esa chispa de energía vital en la que no participarás, esa reacción ante determinada situación que es improbable que te involucre. Imaginas su proceso mental y su frecuencia cardíaca cuando pasó por esa línea, pero no es suficiente, tú lo quieres todo en 11D, tú la quieres a ella aquí, ahora, y de ser preciso siempre, como el amor perfecto que sólo se ha visto en la literatura.
Y te das cuenta por fin de que la ves en cada letra, en cada verso, en cada personaje digno de admiración; que lo más familiar a la idea que tienes sobre su persona es la palabra sublime, pues así te viene a la cabeza con mayor facilidad que si te preguntaran por ella; que ninguna canción le hace justicia y que esto que estás escribiendo en realidad te desborda...
Ponle nombre pues a todo esto, uno que no sea amor y que no esté sobreutilizado por las masas de amantes por temporada. Uno que no hiera su sensibilidad y que a la vez le haga entender que en alguna de tus abstracciones de lo real existe un punto donde solo caben dos y son precisamente tú y ella.
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