Ella no sabe la revolución de sentimientos que causó,
una que te saca de quicio y te sublima en malos ratos,
una que utilizas a veces y que otras te secuestra cada pensamiento,
una que disfrutas cada momento después de asesinar toda esperanza.
Sabe que la vez como la hermosa rosa del Edén que jamás pisarás,
que su mera existencia es parte de la tuya en alguna intrincada intersección.
Ojalá se dé cuenta que bajo la mirada apropiada muestra su esplendor,
pues es verdad que en el amor es vital la percepción.
Y tú la miras restringiéndote a calidad de espectador,
con el inmenso miedo de mover un hilo que redirija su ojos y te desarme,
porque al final del día no tienes nada qué decir que ella no refute,
quizá es el encanto de su auténtica modestia...
A veces quisieras jamás haberle descubierto el rincón del alma donde se aloja,
para multiplicar lo sublime que podría haber sido mostrarle su encanto,
sin un resquicio de duda, sin alusión al bienestar que te propicia,
y sin pensar que quizá mañana prefiera no saber de ti.
Heme aquí, confrontando estoicamente mi desenfreno,
pretendiendo que mañana se aparezca como visión ultraterrena,
que su voz difumine lo absurdo y todo vestigio de raciocinio,
que su presencia le dé sentido a tu punto en el espacio y tu razón de estar ahí.
Y lo hace, y la adoras cuando te mira y cuando sonríe,
te preguntas cada que tienes conciencia, ¿significa algo para ella?
Porque para ti es una descarga de endorfinas, y te aterra,
te sales de ti, o te sumerges dentro de tu abismo.
Eres impotente, ya te lo has repetido mil veces,
quieres que sea feliz aunque sabes que necesitas verla diario,
quisieras tener impacto, más que el de éstas tristes palabras,
quisieras que una vorágine se la llevara...
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