Ahí estaba yo y mi buen amigo, platicábamos con el conde con tanta soltura como si fuésemos familia de abolengo. Él era un tipo encantador, tenía un bigote propio de los hombres de su época, vestía un traje oscuro con sombrero de copa alta y un listón en el cuello, su sonrisa era seductora y sombría.
De pronto un cataclismo me sembró en mi sitio, era él, el peligro del cual había escapado toda mi vida y sin embargo estaba ahí, plantada frente a él junto a un estúpido que se decía mi amigo. Temblé y titubeé antes de gritarle ¡corre! Salí tentando pasos en la oscuridad de aquélla casa de mis sueños, no pensé en ningún momento en la suerte de mi acompañante pero me siguió como siempre sin más preguntas, entré al auto que estaba frente a la casa, parecía un Ford T pero tenía un mecanismo mucho más moderno, encendí el auto, metí el primer cambio y aceleré sin preocuparme una vez más y hasta siempre si el clutch ascendía lentamente.
Íbamos camino arriba, hacia la iglesia, pero me invadió el miedo al ver frente a mí sólo la neblina de una noche sin lobos, porque entonces yo no era lobo sino oveja. Izquierda, derecha, no estaba como para pensar en esas simplicidades, sólo avanzar, entonces me doy cuenta de no había encendido los focos, le pregunto a mi acompañante dónde los podía encender y a la vez mi mano mecánica encuentra el interruptor… ¡qué horror! Ahora podía ver y veía claramente que me acercaba a la misma casa de la que huí, se me inundó el pecho de miedo segundos después al ver a mi anfitrión en el camino.
No pensaba ya en nada más que pisar el acelerador, creía ver al conde en todas partes, no podría decir si era cierto o no, entre tanto la neblina volvió, las luces no funcionaban más, sentía el pulso de mi corazón en todo el cuerpo, y enredada en la neblina supe que ya no había salida, él nos atrapó anclando un cable al poste de la esquina, nos impidió el avance. Salí del auto, corrí y mientras él me perseguía mi buen amigo tomó el mando del vehículo, me sobrepasó. Le comencé a gritar desesperadamente que volviera, ¡que esa no era la idea!
Pero mi tan prodigioso cerebro funcionó en el estrés, me pregunté por qué demonios ese demonio no me alcanzaba, yo jamás he corrido rápido, aceleré la marcha y alcancé el auto, ya no había salida, el conde estaba frente a mí con su sonrisa seductora, con sus ojos destellantes invitándome a formar parte una vez más de la naturaleza, esta vez de una naturaleza desconocida, fuera de mis reglas científicas. Él me comería.
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